La importancia del silencio en el espectador en la película de Martin Scorsese El cabo del miedo (1991)

En el anterior artículo hemos hablado de cómo Martin Scorsese trabaja el ritmo y coloca los acentos en la construcción del engaño en el discurso de “El lobo de Wall Street”. Hoy, de la mano de otra de sus grandes películas “El cabo del miedo”, estrenada en 1991, definimos cómo Martin Scorsese, mediante la construcción del silencio,  juega con la dualidad de los personajes en sus facetas de bueno-malo, y hablaremos también de la transformación y el cambio de roles situando al espectador en una posición privilegiada.

El argumento de la película es el siguiente: Max Cady (de Niro) acaba de salir de la cárcel después de catorce años. A su salida busca a Sam Bodwen, abogado en el juicio que le llevó a esa situación, para vengarse de él pues lo considera responsable de su condena. La presión y el acoso que ejerce el protagonista sobre la familia Bowden son, conforme avanza la película, más intensos y amenazadores.

Finalmente la película concluye con la siguiente escena que es la que vamos a analizar.

Escena a analizar

Lo más común es que cada escena provoque en el espectador un efecto de empatía. El espectador se tiene que identificar con los personajes, es decir: vivir lo que ellos viven. Ponerse en el lugar del otro es un comportamiento muy estudiado que no solo tiene lugar en el ámbito del cine sino que es una reacción normal en el ser humano. Los cineastas deben conocer cuáles son los mecanismos para emocionar al espectador.

Martin Scorsese trabaja esto utilizando la técnica del plano-contraplano, enseñando dos posiciones enfrentadas, dos psicologías momentáneamente separadas que luego, a través de la creación de expectativas en el plano final terminará uniendo. Por ello, aparece una línea de miradas y la cámara está en medio. Se planifica como un café. Lo interesante es ver cómo se construye el ritmo. Ese ritmo creativo que hay que construir conforme al silencio. Como los momentos agónicos de Max Cady y Sam Bodwen en una rueda de violencia como preludio de un final esperado. El clímax de la secuencia es su propio final, cuando se miran. Todo se detiene y se cruzan dos miradas. Uno entiende que quien ha ganado físicamente ha perdido realmente la batalla. Y eso consigue un momento de silencio donde todo se detiene en el cual el espectador encuentra un territorio de reflexión. Los planos son mucho más largos y pausados llegando a detenerse. Externamente se representa una cosa e internamente otra. Nada es lo que parece.

Quién gana en verdad es quien ha perdido y esto es lo hermoso. Que la realidad tiene muchos matices y sabores. Se hace necesario construir el ruido, el más visceral porque, si no, el silencio no se escucha. El espectador debe saber colocar las tildes. De esta manera, primero con un ritmo alarmado y frenético, el espectador se posiciona a favor del afectado, el que recibe el incesante acoso, mientras que, al final, con la utilización de planos largos y de juegos de miradas, el silencio que se construye da lugar a la reflexión, al estudio de las pasiones y a la creación de una nueva empatía, resolviendo la escena con un sabor amargo. El espectador es partícipe de la transformación psicológica de Sam Bodwen que se ha convertido en todo aquello que rechazaba, cerrando así la película y poniendo en evidencia todo lo que el espectador antes ha podido sentir a lo largo de su visionado.

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